La Grande Chapelle Logo Lauda

> Antonio Rodríguez de Hita: Briseida (1768)

Briseida

Acto I

La acción se inicia en el campamento del ejército griego, situado cerca de Troya. El Consejo de los generales griegos, convocado por Agamenón, discute sobre la causa de la epidemia mortífera que padece su ejército. Aquiles se dirige a los generales exponiendo que quizás los dioses les estén castigando por los numerosos delitos y crímenes que han cometido. El adivino Calcas anuncia que, en efecto, todos los males proceden del dios Apolo, irritado por el rapto de la sacerdotisa Crisia, la hija de Criso, el sacerdote del templo de Apolo en Tebas. Durante el saqueo de dicha ciudad por las huestes griegas, Agamenón, prendado de la hermosura de la doncella, no cedió a las súplicas de Criso, que le ofrecía los tesoros del templo (Aria nº 2 de Calcas, «Ocultará sus luces»). Agamenón, enfurecido por el dictamen de Calcas, decide devolver a regañadientes a Crisia para aplacar la ira de Apolo. Manda a Ulises que conduzca a la sacerdotisa hasta su padre (Aria nº 3 «Apacible por los valles»).

Ante la tienda de Aquiles, Crisia busca consuelo en Briseida —la hermosa doncella de Lerneso, convertida en esclava de Aquiles— al recibir la noticia de que Agamenón se negó a atender a los mensajeros de Criso, que ofrecían agasajos para obtener la liberación de Crisia. Briseida, aunque lamenta el injusto cautiverio de su compañera, se siente afortunada a pesar de las desgracias que le han sobrevenido. A pesar de la muerte de su padre, de sus tres hermanos y de su esposo durante el ataque griego, el amor por su amo Aquiles la llena de felicidad (Aria nº 4 «Amor solo tu encanto»). Llega Aquiles, que anuncia la próxima liberación de Crisia y ésta se despide deseando la felicidad de Briseida (Aria nº 5 «De mirto frondoso»).

Cuando Aquiles muestra a Briseida su confianza en la victoria, alejada ya la ira de Apolo, irrumpe Taltibio con una orden de Agamenón. Éste, amparándose en que el botín de guerra ya no es divisible, puesto que Crisia debe ser restituida, exige que Briseida le sea entregada, valiéndose de su autoridad suprema. Aquiles, humillado por el desaire de su superior, obedece con el deseo mantener la unión durante la guerra, aunque jura venganza. La ira de Aquiles se enciende ante las súplicas de Briseida (Aria nº 6 de Aquiles, «Como el mar irritado del aire»).

Taltibio confiesa a Agamenón que no puede cumplir sus órdenes puesto que siente debilidad ante la separación de los amantes (Aria nº 7 «De la mano que le hiere»). Agamenón ordena entonces a Euribates que conduzca a Briseida a su tienda, aunque la esclava prefiere ir acompañada de Patroclo, el fiel amigo de Aquiles. En ese momento, Aquiles increpa a Agamenón, advirtiéndole que tendrá que continuar la lucha sin él y que, debido a su acción despreciable, puede malograr la noble empresa del ejército griego. Agamenón muestra su indiferencia, alegando que no le necesita puesto que dispone de muchos más hombres y de la protección de Júpiter. La desperación de Briseida, la furia de Aquiles y el rigor de Agamenón confluyen en el trío que cierra el primer acto (Terceto nº 8, «¡Bárbaro vil destino!»).

Acto II

En el mismo campamento, Agamenón ha reunido nuevamente a algunos oficiales griegos. Viendo la mayor parte del ejército derrotada, Agamenón anuncia la retirada. Patroclo responde que los temerosos pueden huir a Grecia, pero que él y los valientes permanecerán hasta que Troya caiga. Patroclo sospecha que el cielo ha retirado su favor a causa de la actitud infame de Agamenón. El anciano Calcas modera la disputa, afirmando que la victoria no será posible mientras que Agamenón no le devuelva a Aquiles lo que le arrebató. Agamenón, reconociendo su error, decide aplacar el enojo de Aquiles restituyéndole a Briseida y ofreciéndole ricos dones, caballos, oro, esclavas e incluso a una de sus tres hijas con siete importantes ciudades por dote. Patroclo y otros capitanes se disponen a partir para anunciar al guerrero la decisión. Agamenón elude ver a Crisia y Ulises, acompañados por Briseida, que se acercan al puerto para embarcar rumbo a Tebas (Aria nº 9 de Agamenón, «El náufrago medroso»).

Las naves están listas para hacerse a la mar; Crisia y Briseida comparten sus desgracias. Crisia, feliz por regresar a su patria, se compadece de Briseida, que ahora ocupará su lugar como prisionera de Agamenón. Briseida exterioriza su dolor y le recuerda a Crisia que durante su cautiverio tuvo a un padre y a unos dioses que la defendieron, además del consuelo de una amiga. Briseida, por el contrario, carece de padre, patria o deidades que se interesen por ella. Aquiles la ha abandonado y se ha refugiado en la diversión, lo que agrava su desgracia. Aunque Crisia intenta consolarla con la idea de la felicidad futura, Briseida le expresa su fatal destino (Aria nº 10 «¿Qué importa que al deseo»). Crisia se despide, prometiéndole que rogará por su amiga (Aria nº 11 «Eternas tus finezas»). Después de abrazarse, Crisia sube a la nave que zarpa con rumbo a su patria.

En un ambiente bucólico, Aquiles canta acompañado de la lira (Cavatina nº 12 «Las frescas dulces auras»). Súbitamente se percata de su lamentable estado de olvido y arroja el instrumento al acordarse del agravio y la humillación de que ha sido objeto (Recitado nº 13 «¿Mas cómo en este estado»). No obstante, el guerrero frena sus impulsos, deseando que los dioses borren de su memoria el pasado glorioso y el amor (Aria nº 13 «Deidad, que las venganzas»). Llegan Patroclo, Calcas y Euribates, quienes le notifican la voluntad reconciliadora de Agamenón. A pesar de los dones prometidos y de los esfuerzos de Patroclo por convencerle de su flaqueza, Aquiles no cede. Ante el empecinamiento de Aquiles, Patroclo le pide sus armas para luchar en su lugar (Aria nº 14 «Si embrazo tu escudo»). Calcas también se va, no sin haber reprobado al guerrero, que es conducido por Euribates ante Agamenón.

Aquiles mira con desprecio la comitiva formada por capitanes, soldados, esclavos y animales cargados de ofrendas. Al ver a Briseida entre las esclavas, vuelve el rostro. La cautiva le suplica a Aquiles que no le niegue su compañía, aunque sea como humilde esclava de su esposa (Recitado nº 15 «Si de ti, mi señor y esposo fiero» y Cavatina «Goce de tus brazos»). Briseida le insta a vencer su ira o, en caso contrario, a acabar con la vida de su amada (Recitado nº 16 «Qué esperas pues» y Aria «Dime, oh Aquiles fiero»), sin lograr que Aquiles cambie de actitud.

Agamenón aparece con la noticia de la muerte de Patroclo, mostrándole sus propias armas ensangrentadas. Aquiles jura vengar a su amigo derramando la sangre de Héctor. Se reconcilia con Agamenón, quien mantiene su promesa de otorgarle bienes, y abraza a Briseida con la determinación de conseguir otra victoria para Grecia (Coro nº 17, «Piedad y amor unidos»).